ay ocasiones en que uno casi muere con los que se van. Se trata de la desaparición de los gigantes, de los virtuosos, de los íntegros o de los sensibles. Los que cimbran los cimientos de los otros. Esta vez Jan de Vos se ha ido, y se va cuando quizás más lo necesitamos, cuando más requerimos de su mirada de gran visión, cuando apenas comenzábamos el juego. Su vida es un ejemplo de decoro y honestidad intelectual. Se va como los grandes, sin que aún exista un adecuado reconocimiento de su obra y de su figura de pensador. Su labor como historiador de la selva Lacandona, una región emblemática por su posición estratégica, su historia peculiar, su riqueza hidráulica, biológica y petrolífera, y su rol como escenario de la última gran rebelión indígena, lo acredita como un investigador extraordinario. Sus crónicas hacen un recuento apasionado y al mismo tiempo limpio de lo acontecido y enseñan, teniendo como estudio de caso esa región, cómo se conectan el pasado, el presente y el devenir, los tiempos convertidos en los hilos de un mismo tejido. Sus libros, que interpretan el pasado, permiten entender los acontecimientos actuales y proyectarlos hacia el futuro.
Como muchos otros misioneros, este jesuita flamenco se enfrentó a las dudas de la fe, durante su interacción con el mundo tropical e indígena de Chiapas. Y en sus cavilaciones se decidió por contribuir a delinear la memoria de los mayas actuales, para lo cual se dedicó a revelarles su raíz. Aquí Jan es fiel no sólo a su conciencia sino a los latidos de su corazón. Entre la tradición enciclopédica europea y su versión bíblica, y la ecología sagrada de las culturas indígenas chiapanecas, Jan se decidió por apoyar a la segunda. Como lo explicó con suma claridad en lo que seguramente será su última entrevista, su decisión de dejar la vida religiosa, aun la de la teología de la liberación, estuvo en su negativa a convertirse en un agente de la imposición. ¿Bajo qué lógica o principios morales una religión se da el derecho de imponerse a otra u otras? Como la ciencia, la acción teológica no puede sustraerse a lo que es ya un principio universal: el diálogo intercultural como vía de convivencia entre las diferentes civilizaciones y culturas. En vez de convertir, Jan de Vos se convirtió, y sin dejar de ser cristiano se dedicó a facilitarle la memoria a los indígenas de Chiapas. En Te Jlohp’Tik, Nuestra Raíz(2001), traducido al tzeltal, el tzotzil, el tojolabal y el chol, Jan de Vos tomó la voz de los originarios y habló por ellos, desde ellos y para ellos. Jan de Vos se convirtió en Jwan Wax. Enorme paradoja: el sacerdote europeo se volvió cronista maya, y con un tiraje sustancioso la obra llegó a comunidades, escuelas y bibliotecas locales de todo el estado. No se puede hacer referencia a Jan sin hablar de sus rasgos como ser humano: afectuoso, elegante, suave, lúdico y, al mismo tiempo, crítico, agudo, directo. Su altura de pensador se irá acrecentando conforme la crisis de la modernidad se vaya agudizando, y las miradas volteen cada vez más a esos mundos de la tradición, de la comunidad y del recuerdo, en donde dormitan buena parte de los valores requeridos para superarla. Una nueva fe fincada en la memoria y en las raíces del ser humano está naciendo, y Jan de Vos fue sin duda uno de sus más decididos artesanos. Celebremos su enseñanza.
Conocí a Jan de Vos hace más de 30 años, cuando coincidimos en un proyecto sobre los bosques de México que coordinaba el economista radical Ernest Feder, el autor de un libro muy popular de aquella época: El imperialismo fresa.Esa vez interactuamos poco; sólo supe que era un jesuita belga venido de la región flamenca de Bélgica. Lo vi de nuevo muchos años después, una tarde de domingo en la alameda de Oaxaca; corría con una mujer con la que reía alegre y libremente. Jan había dejado la vida religiosa. Pasó otro lapso sin saber de él, hasta que los editores de mi libroMéxico: diversidad de culturas, lo invitaron a presentarlo una noche llena de reflectores en el Museo Nacional de Antropología. Jan llegó puntual y leyó un texto exquisito y certero sobre la obra. Yo no llegué, en una suerte de protesta que nadie entendió. Para resarcir el desacato, lo busqué unos meses después. Y ahí iniciamos una relación intensa, aunque infrecuente. Fue presentador de mi libro La paz en Chiapas en la FIL de Guadalajara y en San Cristóbal de Las Casas. Yo le retribuí presentando un libro suyo, y nos vimos en Morelia, la ciudad de México, La Antigua. Casi siempre coincidimos en lo platicado.