En
memoria del 2 de octubre de 1968
Fuente:
LOS
131 DÍAS QUE CONMOVIERON A MÉXICO
Luis
Hernández Navarro
La
Jornada
2
de octubre de 2008
Entre el 26 de
julio y el 4 de diciembre de 1968 se produjo en México el sismo social urbano
más importante de la segunda mitad del siglo XX. El epicentro se localizó entre
los jóvenes estudiantes de instituciones de educación media y superior de la
capital de la República y tuvo réplicas a lo largo y ancho del país. Cuarenta
años más tarde, seguimos viviendo sus efectos.
A pesar de la
violencia con que fueron sofocadas, las jornadas de lucha del 68 constituyeron,
en su momento, la ruptura más relevante del sistema político mexicano en muchos
años. Otros movimientos fueron vencidos por la fuerza y absorbidos por el
sistema sin pagar grandes costos políticos. No así el movimiento del 68. Su
represión generó una fuerte crisis de legitimidad y propició la formación de
nuevos actores políticos opuestos a él.
Hoy, el mito del
68 se ha agrandado. Es el momento fundacional de una nueva etapa y el anuncio
de la culminación de otra. Es una identidad, una experiencia de crisis que, más
allá de la racionalidad, ha generado formas de acción y valores compartidos
emotivamente, tanto por una parte de la clase política emergente como por una
generación. En esa fecha se establecieron gran parte de los elementos que
integran la conciencia pública del México actual. El 68 es no sólo un estado de
ánimo, sino un estilo de vida en permanente resurrección.
Edecanes de la XIX Olimpiada Foto
Hermanos Mayo/ Archivo General de la Nación. Cortesía de Ricardo Pérez
Montfort. Tomada del libro Memorial del 68, editado por la UNAM
La protesta
estudiantil tuvo alcance nacional. Afectó aproximadamente a cien universidades,
normales, colegios, escuelas, institutos de enseñanza media y superior y
centros escolares públicos y privados.
Los
protagonistas principales de las protestas, aunque no los únicos, fueron
jóvenes estudiantes. Muchos maestros desempeñaron un importante papel. Si bien
existían organizaciones estudiantiles permanentes y militantes de partidos
políticos de izquierda entre ellos, la gran mayoría de los participantes no
tenía una experiencia política previa. La protesta surgió al margen de las
organizaciones tradicionales de representación partidaria o gremial.
Los estudiantes
organizados políticamente, que antes ya habían participado en luchas,
desempeñaron un papel importante en el surgimiento y curso de la rebelión.
Ellos habían desempeñado un papel importante en defensa de la Revolución Cubana
y en contra de la guerra de Vietnam.
La movilización
resumió decenas de luchas universitarias y educativas previas. Las normales rurales,
amenazadas desde finales del sexenio de Adolfo López Mateos, lucharon por su
sobrevivencia durante los años 60. Esa misma década estallaron conflictos
universitarios en Guerrero, Puebla, Michoacán, Durango, Sinaloa, Sonora y
Tabasco.
Durante casi cuatro
meses y medio, los estudiantes se convirtieron en portadores de
cuestionamientos y de ruptura con el régimen de la Revolución Mexicana. Su
protesta fue más que una revuelta generacional contra la rigidez estructural
que bloqueaba su movilidad social: fue el canal de expresión de una crisis
profunda en la sociedad urbana. Muestra de ello fue el pliego petitorio de seis
puntos que cohesionó su lucha, integrado por demandas no estrictamente
estudiantiles.
Los blancos
ideológicos de la revuelta fueron cuatro: el autoritarismo del Partido
Revolucionaro Institucional (PRI), el presidencialismo, la ideología de la
Revolución Mexicana y el imperialismo estadunidense. Además de la figuras de
Emiliano Zapata, Francisco Villa y Ricardo Flores Magón, los jóvenes reivindicaron
al Che Guevara, Mao Tse Tung y Ho Chi Min.
El movimiento
auspició una nueva forma de pensamiento y de subjetividad política. Los
estudiantes crearon sus propias tradiciones de lucha, forjadas al margen de
partidos y organizaciones. Propició la emergencia de una cultura política
radical, el encuentro entre jóvenes y los brotes recurrentes de malestar
social. Dio carta de naturalidad a la consigna de formar una alianza
obrero-campesino-estudiantil. Proporcionó una lección práctica sobre la naturaleza
del Estado. El Estado como fuerza política única.
Durante la
protesta todo ocurrió políticamente, pero ajena a la política tradicional. Lo
político irrumpió más allá de una identidad social específica. ¿Hubo una
transformación benigna de costumbres y modos de vida? Sí, y la política fue su
vehículo de expresión.
La protesta
estudiantil se construye en torno a tres experiencias organizativas centrales:
el Consejo Nacional de Huelga (CNH), los comités de lucha y las brigadas.
Integrado por
representantes de escuela, nombrados en asamblea y revocables, el CNH dirigió
el movimiento. Los comités de lucha eran la instancia organizativa en cada
escuela, responsables de organizar actividades y comisiones. Las brigadas
estaban constituidas por grupos de afinidad, de entre cinco y 10 personas,
generalmente las más combativas y militantes.
La revuelta
estudiantil de 1968 propició una diáspora en la que muchos de sus participantes
se involucraron en la construcción de proyectos políticos, sociales y
culturales de izquierda en tres grandes polos: formación y fortalecimiento de
partidos políticos progresistas, lucha armada y organizaciones populares de
masas autónomas e independientes. El 68 favoreció el surgimiento de un nuevo
tipo de intelligentsia, su marcha al pueblo y el desarrollo de una amplia
variedad de movimientos sociales.
El movimiento
del 68 fue un acontecimiento, en el sentido que Alan Badiou da al término. Fue
algo excesivo, espinoso e imprevisible que propuso situaciones nuevas. Un
suceso que alteró no únicamente la vida de quienes participaron en él, sino la
de muchas otras personas más.
A 40 años de
distancia, el discurso oficial sobre los hechos que veía un complot subversivo
del comunismo fue derrotado, a pesar de que, en su momento, contó con todos los
recursos para imponerse. No tiene credibilidad alguna. Los responsables de la
matanza y la represión han sido moralmente condenados.
Se equivocan
quienes se despiden ya del 68. Más allá de ser un aniversario más a conmemorar
en el calendario cívico emergente, los 40 años del 68 son campo de batalla en
contra del autoritarismo y momento de celebrar su victoria cultural. Son una
ventana para asomarse a ver la historia que está naciendo. Lejos de ser una
mera ceremonia luctuosa o el recordatorio de una derrota, esta conmemoración es
parte de un ensayo general para construir otro país. Es el futuro refrescando
la memoria.
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