julio 30, 2011

La gran trilogía de Jan de Vos

Fuente:
La gran trilogía de Jan de Vos, nuestro indígena-europeo
* Vida y obra de un gran escritor, humanista y amigo.
* “La Paz de Dios y del Rey” y “Oro Verde” son historias esenciales.
* “Una tierra para sembrar sueños”, extraordinario libro testimonial.
* Su vasto trabajo rescata y preserva la identidad de las etnias nacionales.
Luis Alberto García y Carmen Lila Romero / Carta Mesoamericana
Ciudad de México / San Cristóbal de las Casas, Chiapas
Marcados por la influencia de Fernando Benítez, de quienes fuimos alumnos al inicio de la década de 1970 en la carrera de Periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas (FCPS) y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el interés por conocer la historia de nuestros pueblos originarios no dejó de crecer al paso de los años.
Durante la niñez y adolescencia conocimos las tierras indias michoacanas -Cherán, Nahuatzen y Sevina- en el corazón de la meseta tarasca, de donde procede nuestra raíz ancestral, en las personas de doña Reducinda Romero, indígena de Comachuén, y don Luis Gonzaga García, criollo nacido en 1847 en Erongarícuaro, a orillas del lago de Pátzcuaro.
Con conocimientos apenas suficientes sobre la etnia purépecha, fue que entramos a explorar la grandeza geográfica e histórica de nuestro pasado, a grado tal que, hasta la fecha, conservamos como un tesoro la obra completa de Benítez -a quien entrevistamos para el periódico estudiantil de la Asociación Periodística Universitaria (APU), para ganar el Premio Nacional de Periodismo de 1971-, el profesor, escritor, etnólogo, antropólogo, novelista y amigo fallecido en febrero de 2001, en especial Los indios de México, cinco tomos que constituyen una obra monumental que detalla la odisea heroica de esos protagonistas de una las grandes tragedias nacionales.
Gracias al profesor Benítez tuvimos noticia de alguien que se llamaba Jan de Vos -nacido en Bélgica en 1936, fallecido en la ciudad de México el 24 de julio de 2011-, historiador, ex jesuita, científico social de luces extraordinarias, quien en 1994 acababa de publicar Vivir en frontera (CIESAS-INI), libro que nuestro maestro generosamente nos obsequió el 8 de julio de ese año, y que profundizaba con enorme conocimiento en el largo proceso de destrucción de las civilizaciones mesoamericanas.
Seguidores y lectores devotos de Fernando Benítez, Rosario Castellanos, Antonio García de León, Jan de Vos y de muchos autores más, todos aquellos que nos hemos interesado en la historia nacional coincidimos en que ese exterminio se inició con la llegada a América de los primeros europeos, y no ha llegado aún a su término.
Y la principal víctima de ese proceso –tal como lo descubre y nos lo escribe Jan de Vos- lo fue el pueblo originario y verdadero poblador ancestral de la Selva: los lacantunes, ancestros de los actuales ch´oles, quienes resistieron dos siglos a la conquista española, hasta que fueron totalmente exterminados a inicios del siglo XVIII -los dos últimos de ellos murieron en una prisión en Retalhuleu, en el actual territorio de Guatemala, en 1712-, casi al mismo tiempo en que ocurre la llegada a la Lacandona de indígenas migrantes de origen maya-caribe provenientes de la península de Yucatán.
Un siglo y medio después éstos fueron bautizados erróneamente por el antropólogo francés Jacques Soustelle y por la suiza Gertrude Duby como “Lacandones”, y ensalzados equivocadamente como los “descendientes de los príncipes de Palenque y Bonampak”, mito equivocado que Jan puso en clara evidencia en sus descubrimientos históricos.
Fue durante la Semana Santa de 2011, en San Cristóbal de las Casas –en la vasta biblioteca que con los años se ha acumulado en las oficinas de Maderas del Pueblo del Sureste A.C. en la antigua Jovel-, donde iniciamos la lectura de La Paz de Dios y del Rey (FCE,1980), que justamente se refiere etnocidio de los caribes de la selva Lacandona.
Este libro, resultado de años de investigación por parte de Jan de Vos, constituye un documento de incalculable valor para la historia de Chiapas, de México y de la América nuestra.
Al no aceptar la fundamentación jurídico-ideológica de la colonización, y al atacar sus métodos, prácticas y formas de organización, Jan de Vos se une a la tradición del estudio profundo de las civilizaciones mesoamericanas.
“Las páginas de este libro –nos dice- no son más que un pequeño párrafo en la larga y triste historia de la destrucción de las Indias que fray Bartolomé de las Casas inició en 1542, destrucción que, para vergüenza de todos nosotros, sigue siendo actual”.
Miguel Ángel García, el coordinador general de MPS, comprometido resueltamente en la reivindicación de los derechos de los pueblos indígenas del país desde que nos acordamos, nos enteró que Jan de Vos vivía en San Cristóbal desde 1973, y que le gustaba visitarlo para comer jubiloso el pozole que le preparaban Silvia Vázquez y doña Carmen Díaz cada que él visitaba su casa y oficina.
También nos dijo que, entre sus obras más relevantes, se encontraban Fray Pedro Lorenzo de La Nada; La batalla del Sumidero; Viajes al Desierto de la Soledad (CIESAS-SEP, 1988); Vienen de lejos los torrentes (Editorial Umbrales, 2010); y Oro Verde (FCE, 1988), sobre la conquista de la selva lacandona por los madereros tabasqueños; y Una tierra para sembrar sueños (FCE, 2002), referida a la historia de la selva Lacandona entre 1950 y 2000.
Jan de Vos inicia narrando en Oro Verde que, en 1822, año en que la provincia colonial de “Las Chiapas” se independiza definitivamente de España, la selva Lacandona es descubierta por primera vez como reserva forestal.
Quienes hemos conocido la historia y desarrollo de los pobladores de esos parajes naturales magníficos, sabemos que, a partir de ese súbito ingreso en la historia moderna, éstos han sido escenarios de enfrentamientos entre los saqueadores y las comunidades autóctonas.
Sin embargo, a diferencia de la época colonial, los agredidos de ahora no pertenecen a las comunidades indígenas, sino que son los árboles de caoba, las ceibas y otras especies poseedoras de la madera más fina del mundo, mientras que los atacantes intrépidos y voraces son los empleados y los representantes de las compañías madereras nacionales y extranjeras.
En su sabiduría y sensibilidad infinitas, Jan de Vos hizo una reconstrucción minuciosa y fiel de la historia de la explotación maderera en la selva Lacandona -continuación de La paz de Dios y del Rey-, después de una investigación de tres años en la que hizo uso de diversos archivos públicos y privados de México y Guatemala.
También recurrió a material bibliográfico y entrevistas personales, presentando un trabajo extraordinario sobre una etapa de la economía y la historia del sureste mexicano, en la que la explotación irracional de las riquezas naturales y humanas, los conflictos fronterizos, la rapacidad y la negligencia de las autoridades jugaron un papel importante.
Ante la imposibilidad de incurrir en un saqueo bibliográfico en MPS, adquirimos en la librería El mono de papel de la calle Real de Guadalupe de San Cristóbal de las Casas la trilogía completa del maestro Jan, que concluye con Una tierra para sembrar sueños, donde analiza ocho procesos que, a partir de 1950, configuraron el rostro que posee actualmente la selva Lacandona.
Su texto de medio millar de páginas abarca la explotación maderera, la colonización campesina, la iniciativa finquera, la intervención gubernamental, la unión ejidal, la evangelización autóctona, el refugio guatemalteco y el alzamiento zapatista.
El autor advierte en la introducción que, el análisis ahí presentado, posee elementos que no responden a la llamada objetividad científica; pero el comentario de Jan de Vos –quien pasó casi la mitad de su vida estudiando a las comunidades de la selva Lacandona- no demerita su análisis, sino al contrario, permite saber cuál es su enfoque.
Con ello, nos lleva precisamente a confiar en la objetividad de su mirada y, a través de esos sueños sembrados en tierras lacandonas, nos introduce en una compleja y dramática realidad regional donde los campesinos mayas, con la ayuda de varios agentes externos, trazaron caminos de sobrevivencia adaptación, reflexión, organización y rebelión comunitarias.
De esa manera, a través de las letras, de una prosa envidiable, de conocimientos descomunales, rigor y disciplina sin igual, Jan de Vos nos hizo sus compañeros de viaje en esos torrentes de Chiapas, ayudándonos en la ardua tarea de interpretación de los hechos pasados para explicar un presente que no deja de dolernos, que nos hiere, colaborando así en un ejercicio de reflexión sobre periodos históricos que, sin duda, nos han dado origen, forma y destino.
Gracias, maestro indígena-europeo que llegó más allá del mar océano.

Jan de Vos: fe, memoria y raiz

Fuente:
Jan de Vos: fe, memoria y raíz
Víctor M. Toledo
H

ay ocasiones en que uno casi muere con los que se van. Se trata de la desaparición de los gigantes, de los virtuosos, de los íntegros o de los sensibles. Los que cimbran los cimientos de los otros. Esta vez Jan de Vos se ha ido, y se va cuando quizás más lo necesitamos, cuando más requerimos de su mirada de gran visión, cuando apenas comenzábamos el juego. Su vida es un ejemplo de decoro y honestidad intelectual. Se va como los grandes, sin que aún exista un adecuado reconocimiento de su obra y de su figura de pensador. Su labor como historiador de la selva Lacandona, una región emblemática por su posición estratégica, su historia peculiar, su riqueza hidráulica, biológica y petrolífera, y su rol como escenario de la última gran rebelión indígena, lo acredita como un investigador extraordinario. Sus crónicas hacen un recuento apasionado y al mismo tiempo limpio de lo acontecido y enseñan, teniendo como estudio de caso esa región, cómo se conectan el pasado, el presente y el devenir, los tiempos convertidos en los hilos de un mismo tejido. Sus libros, que interpretan el pasado, permiten entender los acontecimientos actuales y proyectarlos hacia el futuro.

Como muchos otros misioneros, este jesuita flamenco se enfrentó a las dudas de la fe, durante su interacción con el mundo tropical e indígena de Chiapas. Y en sus cavilaciones se decidió por contribuir a delinear la memoria de los mayas actuales, para lo cual se dedicó a revelarles su raíz. Aquí Jan es fiel no sólo a su conciencia sino a los latidos de su corazón. Entre la tradición enciclopédica europea y su versión bíblica, y la ecología sagrada de las culturas indígenas chiapanecas, Jan se decidió por apoyar a la segunda. Como lo explicó con suma claridad en lo que seguramente será su última entrevista, su decisión de dejar la vida religiosa, aun la de la teología de la liberación, estuvo en su negativa a convertirse en un agente de la imposición. ¿Bajo qué lógica o principios morales una religión se da el derecho de imponerse a otra u otras? Como la ciencia, la acción teológica no puede sustraerse a lo que es ya un principio universal: el diálogo intercultural como vía de convivencia entre las diferentes civilizaciones y culturas. En vez de convertir, Jan de Vos se convirtió, y sin dejar de ser cristiano se dedicó a facilitarle la memoria a los indígenas de Chiapas. En Te Jlohp’Tik, Nuestra Raíz(2001), traducido al tzeltal, el tzotzil, el tojolabal y el chol, Jan de Vos tomó la voz de los originarios y habló por ellos, desde ellos y para ellos. Jan de Vos se convirtió en Jwan Wax. Enorme paradoja: el sacerdote europeo se volvió cronista maya, y con un tiraje sustancioso la obra llegó a comunidades, escuelas y bibliotecas locales de todo el estado. No se puede hacer referencia a Jan sin hablar de sus rasgos como ser humano: afectuoso, elegante, suave, lúdico y, al mismo tiempo, crítico, agudo, directo. Su altura de pensador se irá acrecentando conforme la crisis de la modernidad se vaya agudizando, y las miradas volteen cada vez más a esos mundos de la tradición, de la comunidad y del recuerdo, en donde dormitan buena parte de los valores requeridos para superarla. Una nueva fe fincada en la memoria y en las raíces del ser humano está naciendo, y Jan de Vos fue sin duda uno de sus más decididos artesanos. Celebremos su enseñanza.

Conocí a Jan de Vos hace más de 30 años, cuando coincidimos en un proyecto sobre los bosques de México que coordinaba el economista radical Ernest Feder, el autor de un libro muy popular de aquella época: El imperialismo fresa.Esa vez interactuamos poco; sólo supe que era un jesuita belga venido de la región flamenca de Bélgica. Lo vi de nuevo muchos años después, una tarde de domingo en la alameda de Oaxaca; corría con una mujer con la que reía alegre y libremente. Jan había dejado la vida religiosa. Pasó otro lapso sin saber de él, hasta que los editores de mi libroMéxico: diversidad de culturas, lo invitaron a presentarlo una noche llena de reflectores en el Museo Nacional de Antropología. Jan llegó puntual y leyó un texto exquisito y certero sobre la obra. Yo no llegué, en una suerte de protesta que nadie entendió. Para resarcir el desacato, lo busqué unos meses después. Y ahí iniciamos una relación intensa, aunque infrecuente. Fue presentador de mi libro La paz en Chiapas en la FIL de Guadalajara y en San Cristóbal de Las Casas. Yo le retribuí presentando un libro suyo, y nos vimos en Morelia, la ciudad de México, La Antigua. Casi siempre coincidimos en lo platicado.

julio 29, 2011

Memoria histórica y pueblos autóctonos

Fuente:
MEMORIA HISTÓRICA Y PUEBLOS AUTÓCTONOS
José Velasco Toro | Tiempo de Veracruz | marzo 28, 2011
Por: José Velasco Toro
Jan de Vos (1936-2011) historiador y sabicultor en tierras chiapanecas
Navegando con la brújula de la lógica borrosa, es decir, de la percepción, comprensión y manejo de reglas en paralelo para ubicar y relacionar diversas variables, percibir información, dar respuesta y ponderar resultados, me introduzco en la percepción del tiempo de San Agustín. En Confesiones reflexiona que no debería decirse que tres son los tiempos en el devenir de la humanidad: pasado, presente y futuro. Por el contrario, debería de hablarse del presente del pasado, presente del presente y presente del futuro.
Para San Agustín, estas tres formas existían en el alma: el presente del pasado es la memoria, el presente del presente es la intuición, el presente del futuro es la espera.
La importancia de la memoria, como copertenencia de la colectividad y del individuo, es necesaria para temporalizar el orden de los hechos del pasado y hacer presente la memoria. Al hacerlo generamos, desde el presente, el conocimiento de la Historia dándole al presente la memoria del pasado que adquiera su potencial matriz en la totalidad cultural. Este ir hacia el pasado desde el presente para dotar al presente de memoria, recurre a un movimiento en bucle donde la intuición del presente nos remite a las dimensiones del proceso cognitivo, el contenido cultural y los correlatos de la incertidumbre que detonan la reflexión hacia el futuro, paradójicamente apoyada en la memoria del pasado.
¿Por qué este reconectar presente con la reflexión pasada de San Agustín? La idea es el intento de reconectar el principio de la memoria histórica como pertenencia del Ser, pues al pensarse hacia atrás abre el sentido de la vida hacia adelante. Y es así porque remite a la experiencia concreta e ineludible de la existencia. La Historia no es una mera abstracción mental que se limita a la pregunta de cómo fue o cómo ocurrió algo; por el contrario, la memoria histórica va más allá porque es la afirmación de haber sido en el soy, aspecto sustantivo de la existencia que contiene la identidad y el potencial necesario para el porvenir.
Conservar y recobrar la memoria desde la propia cultura, es potencializar el haber sido para potencializar el soy y visualizar otras posibilidades de sentido a la vida hacia el futuro. Idea nodo que me permite interaccionar, ahora desde el ciclo cósmico, con el extraordinario esfuerzo creativo e intelectual realizado por Jan De Vos y plasmado en su obra: Lakwi. Nuestra Raíz”. (Traducción al Cho´l de Tila por Juan Jesús Vázquez Álvarez, CIESAS-Clío, México, 2001).
Hace tiempo que leí este libro, y al recordarlo, al hacerlo presente en mi memoria, se detonaron buena parte de las ideas aquí reflexionadas. ¿Por qué es fundamental y me parece un parte aguas esta obra?
Recordemos que la conciencia histórica proyecta la visión ideológica, construida con una base teórica de la cultura dominante, la que impone en su relación con las otras culturas, tanto las precedentes como las contemporáneas. La historia nacional proyecta y subsume en la mentalidad colectiva, la visión ideológica del liberalismo y la representación de imágenes y procesos que exaltan la homogeneidad cultural contra la diversidad y existencia de identidades de filiación cultural propia. Por ejemplo, la representación que se proyecta del indio novohispano, es una visión tutelar; la representación que se reproduce de los pueblos indígenas contemporáneos, es de minoría subordinada y marginal y su cultura es denigrada al reducirla a una mera práctica de “tradición” y “costumbre”.
En la “historia oficial” y nacionalista, sólo interesa la gloria de las naciones prehispánicas. El indígena (concepto construido en el siglo XIX) novohispano y decimonónico, y por ende el contemporáneo, fueron despojados de su historia e insertados en la historia nacional como pueblos a los que había que redimir, pero no restituyéndoles su Ser, sino acabando con su humillación, humillándolos más mediante su asimilación cultural, social y económica en pos de un ideal de la homogeneidad nacional.
La obra de Jan De Vos busca redescubrir el Ser histórico originario de los pueblos indígenas y explicar el trascurso histórico de Chiapas, con una visión multicultural que da sentido al recuerdo del pasado al transformarlo en memoria del presente y abrir la posibilidad al proyectarlo hacia el futuro. Su título así lo refleja: Lakwi. Nuestra Raíz. Raíz que sustenta el árbol Cósmico, Raíz que alimenta al mito, Raíz que penetra en la Madre Tierra, Raíz que se ramifica en la esencia multicultural, Raíz que es relación y vida.
¿Qué fue lo que hizo Jan de Vos? Simplemente seguir el método histórico de codificar la información disponible, analizar los acontecimientos en perspectiva diacrónica y narrar una estructura sincrónica de relaciones percibidas. La cuestión es cómo lo hizo. Y aquí radica su importancia.
Sus fuentes: ver lo que vemos con otra mirada; con la mirada de la autoctonía buscando trastocar la visión de la egolatría occidental que exalta la historia oficial. Testimonios arqueológicos, datos documentales, tradición oral, crónicas, pero sobre todo lengua, mitos, organización para la vida, relaciones topológicas, ritmos temporales, vínculos con la naturaleza, en fin, lo propio y lo extraño vuelto propio que al verlo y leerlo desde otra mirada, adquiere cualidad de dato histórico y al comprenderlo descubre las relaciones que le conducen por los rumbos de la historicidad, paso mediador hacia la explicación y narración histórica.
Su dimensión temporal y espacial: el ciclo cósmico solar que es día y tiempo, movimiento del devenir ordenado y dinámica del espacio que es naturaleza, casa, lugar del vivir y del morir. La cronología maya renace para darle sentido a la historicidad del tiempo y constructo diacrónico que proporciona una imagen de la sucesión de los cambios en los hechos y acontecimientos ocurridos a lo largo del desenvolver de los pueblos y naciones autóctonas.
La trama, significado sincrónico del relato histórico, narrativa engarzada en la dinámica diacrónica maya desde la cual organiza y da secuencia al relato para explicar lo “sucedido” como un proceso de relaciones que le permiten presentar “lo que sucedió”.
El lenguaje retoma categorías de las culturas originarias que son contenedoras de la visión del mundo y de la vida, colocando a la narración en lengua indígena, en la sincronía de identidad colectiva, fundamento del pensamiento autónomo y base de la libertad.
Cuatro dimensiones fundamentales en el historiar cuyo rumbo se alimenta, se sustancia de la visión del mundo y de la vida reapropiada y redescubierta del Ser Maya. Su concepción historiográfica dibuja y colorea la operación narrativa que articula ciclo cósmico, naturaleza y, sobre todo, lengua como “lenguaje del devenir” y comprensión renovada que coloca el conocimiento pretérito en el centro de la acción por venir.
En este sentido, va más allá de la simple identificación de las características de los seres protagónicos del campo histórico; y si bien su narrativa tiende hacia la construcción de generalizaciones, su finalidad, o tal vez vale decirlo, su atención no está puesta en los elementos individuales protagónicos, sino en el recuerdo como proceso de integración que coliga el pasado y el presente multicultural.
Al hacerlo retoma el continuo de la memoria soterrada y la eleva a conocimiento. Un conocimiento del mundo presente redimensionado desde el pasado que sustenta una diferente visión del mundo y de la vida, que ya no es la del dominador, y posiciona la praxis social multicultural al prefigurar una nueva percepción mental, cognitiva y estética que pudiera dar sentido a un futuro esperado.
Pudiera decirse que el hecho histórico lo explica situándolo en el contexto de su ocurrencia, pero también resalta características exclusivas como generales. Si bien no se desprende de la cronología cristiana impuesta por Occidente, ésta la utiliza como un recurso de contrastación didáctica para comparar la explicación de dos percepciones cronológicas. En fin, se puede decir mucho desde el ángulo de la crítica formal y rigurosa de la historiografía clásica. Sin embargo, desde mi óptica, todo ello resulta superfluo cuando vemos la relevancia e importancia sustantiva que refleja el esfuerzo por significar el presente multicultural de los pueblos indígenas a partir de la resignificación del pasado chiapaneco. Intento, logro y búsqueda que ha sido construida, en gran parte y desde la información generada y el conocimiento elaborado desde el campo de las ciencias sociales, la experiencia cognitiva y emocional de Jan De Vos y, sobre todo, desde y en la riqueza cultural de los pueblos indígenas. Dotar de una conciencia histórica propia a un pueblo, es devolverle el sentido de su identidad y, por tanto, el sentido de su vivir. ¡Ahí la importancia de esta obra pionera!