Jan de Vos


Jan de Vos
Y
a me voy a la selva
, decía Jan de Vos Van Gerven cuando los compromisos académicos y médicos estaban fuera del calendario. La madrugada del pasado domingo 24 de julio falleció a consecuencia de una complicación cardiaca. El viaje por ese camino lastimoso había comenzado poco antes de una intervención médica, a finales de 2009. La salud no volvió a ser la misma, pero aun así seguía escapándose a sembrar sueños y atender el mágico llamado de la selva. ¿Qué experiencias dejó a las mujeres, hombres y niños indígenas, los estudiantes y los movimientos campesinos?
El recorrido que inicia a su llegada a Chiapas en 1973 es sólo el arranque de una profunda inmersión en el mundo campesino de los pueblos mayas, principalmente el tzeltal, por la cercanía y colaboración que tuvo como jesuita en la misión de Bachajón. Lo que llevó a Jan a dar sus primeros pasos por cañadas, valles y montañas no fue un incentivo religioso o académico solamente, sino un verdadero amor por aprender de los indígenas e impulsar lo que él llamó laliberación integral material y espiritual
.
En su casa de San Cristóbal, donde recibía a amigos, académicos, funcionarios o campesinos por igual, compartió la cercanía que su corazón tuvo con el de fray Pedro Lorenzo de la Nada, sacerdote dominico que en el siglo XVI no sólo se dedicó a la labor evangelizadora en la selva, sino también aprendió cuatro lenguas originarias y defendió a mujeres y hombres indígenas de los abusos de españoles y autoridades coloniales. Fray Pedro –escribió Jan– sabía que para poder trabajar entre los indios es indispensable entender y hablar sus lenguas
. En la década de 1970 Jan comprendió las nociones básicas del tzeltal. En ese camino, fray Pedro fue acusado de herejía ante la Santa Inquisición por su defensa de los indios y las mujeres en particular. El 10 de diciembre de 1574 clavó una advertencia en la puerta de la ermita de Xahuacapa: “Porque de derecho canónico es que el juez eclesiástico remedie la justicia seglar, mando a todas y cualesquier personas –de cualquier estado, cargo y condición que sean, así españoles como indios– que no saquen de este pueblo india, viuda ni huérfana contra su voluntad o por fuerza para parte ninguna a servir, ni para ello den consejo, favor ni ayuda, en público ni en secreto, de cualquier suerte ni manera que sea, so pena de descomunión mayor (…)” (2010, p. 73). Las amenazas de aprehensión eran comunes para este personaje, como lo fueron en una ocasión para Jan. De ese tiempo y acontecimientos provenía la inspiración o, como él lo explicaba, lacompasión
por los indios y la pasión
por historiar sus vidas. A veces siento como si en otra vida hubiera vivido aquí en el siglo XVI
, dijo al término de esa charla con un profundo suspiro, mientras clavaba la mirada en el cerro del Huitepec.
Las semillas que permitieron la transformación de Jan se tiñeron de la cultura, la lucha social y la sabiduría ancestral de los pueblos. Son quizá aquellos procesos los que florecieron y que describió en Una tierra para sembrar sueños: la devastación de la selva, la Iglesia autóctona tzeltal y la insurgencia armada. La experiencia con los indígenas fue profunda en su vida, aunque su trabajo y compromiso con ellos no fue constante. Para lograr la enorme obra publicada, había que hacer descansar el trabajo con las comunidades. Fue crítico de la diócesis, de la Iglesia romana, de sus figuras y de su estructura de poder clerical y vertical. Quería en todo momento que sus estudiantes pudieran hacer madurar un espíritu y conciencia críticos para equilibrar y tomar distancia de lo qué él llamó la fascinación por los mayas
.
La vocación de académico se impuso a la espiritual y su relación con el movimiento indígena se enfrió después de la Marcha del color de la tierra, en 2001. Para la nueva iniciativa de 2006, los desacuerdos y diferencias con las formas eran a veces estridentes y era mejor esquivar el tema político para evitar sobresaltos en la conversación. En el fondo, sin embargo, existía una preocupación por defender lo que no dejó de vislumbrar: El círculo donde todavía sigue viva y encarnada la teología de la liberación
. La esperanza de lograr una digna condición humana para los indígenas llegaba a su vida como destellos, sueños, torrentes.
El tema espiritual estuvo en el centro de sus descripciones y posturas. En el ensayo Vino nuevo en cueros viejos,compilado en Camino del Mayab, relata en forma de carta de protesta al papa Joseph Ratzinger cómo los tzeltales habían soñado por segunda vez sin éxito en tener sus propios sacerdotes. La causa: el impedimento de otorgar dicha responsabilidad a los indígenas casados y con hijos. En la lectura de la última versión, la incomprensión de la jerarquía, y la acción de picarle el punto débil, causaban buen humor y risas en Jan. Le desprendía las sonrisas y gozo como pocas veces.
Los premios, reconocimientos y homenajes de academias, cortes reales y gobiernos llegaron al acervo mientras por las cañadas, valles, montañas y selvas circulaba su libro Nuestra raíz, publicado en tzeltal, tzotzil, tojolabal y ch’ol. Es algo normal, en las casas de diáconos, catequistas y también en algunas escuelas de comunidades en resistencia, encontrar, cuando no un ejemplar, decenas de ellos. Se trataba de un esfuerzo y recurso para compartir, a través de la lengua nativa y un lenguaje sencillo, la historia de los ancestros.
En los últimos dos años, Jan escribió una autobiografía y encontraba momentos para tocar la guitarra entre amigos. Cuando el que esto escribe aprendía la lengua e impulsaba clases de historia en una secundaria de la zona alta tojolabal, Jan tuvo la noble intención de visitar a los alumnos y no sólo compartirles una charla sobre el libro traducido a su idioma, sino que su corazón también quería cantar con ellos. La petición fue comunicada y en breve el delegado de educación comentó: “Nos avisas cuándo viene el tatjun”, es decir, el anciano de sabiduría.
Eran días soleados como éstos y por razón circunstancial ese encuentro quedó pendiente. Hoy las niñas y niños mayas siguen leyendo a ese abuelo que les narra historias en sus lenguas, sobre sus ancestros y sus luchas recientes. Un anciano que como en otros días, al echar conciencia al sueño, dejó la capital para ir a Chiapas y de ahí alcanzar el nuevo y pasado horizonte de los Altos y las selvas. Las niñas y niños tojolabales seguirán esperando la mirada y los cantos de un tatjun que en otro amanecer volverá a conmover sus corazones.
Fuente:
http://www.planetaazul.com.mx/site/?p=20780&upm_export=print
EL SUEÑO DE JAN DE VOS
Opinión de José Luis Lezama
En su obra, Jan de Vos restituye a los indios y a la selva su antigua dignidad perdida por obra de la civilización y de sus beneficiarios. La naturaleza que describe aparece entregando a quienes la habitan o visitan su fuente de vida, el prodigio de su belleza, su soledad, y el drama de su destrucción. Se exhibe imponente y bella ante los ojos del montero, del deslindador, del misionero, del administrador, del capataz, del propietario nacional o extranjero de la montería: de todo aquel que por primera vez la conoce.
Es este un mundo que pareciera haber amanecido en el primer día de la creación, en el que los seres que lo habitan están, como en el poema de Pellicer, esperando ser nombrados. Los indios, tal vez ya ni siquiera los Lacandones originales, sin la ferocidad que les atribuían las narraciones coloniales, muestran más bien su timidez, su temor, sus precauciones y recelos ante los visitantes externos, quienes pocas veces les procuran el bien. Los indios que aparecen en la obra de Jan de Vos son parte de la selva, vigilantes y custodios de la naturaleza, hijos fieles y respetuosos de la madre Tierra, parte indisoluble de ella y de sus prodigios.
Narra con precisión y sorpresa la ambigua fasci- nación del montero ante la majestuosa imagen del jaguar en su imperturbable descenso a los ríos para saciar su sed, o el asombro y perturbación del guerrillero, al discurrir sobre el inquietante ruido de los seres que, invisibles, merodean en sus insomnes noches selváticas. Describe también el sentimiento de angustia de aquellos que viven la selva como prisión, cárcel solitaria para quienes la eligieron o fueron elegidos para las duras y extenuantes labores del corte de madera, ya fuera como hacheros, boyeros o ramoneros.
Para Jan de Vos, lo que somete a los indios y a la naturaleza no son las fuerzas abstractas del mal, sino seres concretos, factores reales de poder. Es el príncipe, el conquistador, el encomendero, los falsos evangelistas, los madereros, los finqueros, los políticos y los burócratas de todos los tiempos, quienes tienen siempre a la mano una solución para confirmar ese aparente destino de nacidos para perder que pareciera perseguir a los indios y sus territorios. A todos ellos antepone el ejemplo de Fray Pedro Lorenzo de la Nada, misionero dominico del siglo XVI, quien, negándose a bendecir las armas de aquellos que imponían con violencia la fe cristiana, abandonó su orden, internándose en la selva para convertir a los indios pacíficamente. Sabía Jan de Vos, no obstante, de la ambigua condición del misionero, quien sirviendo a Dios, servía también al rey y a sus dominios.
Fray Pedro Lorenzo de la Nada vio una selva solitaria, vacía de hombres. De los lacandones originales quedaban unos cuantos, sobrevivientes de la llamada Guerra del Lacandón de 1559. La que contempló Jan de Vos por primera vez, aunque aún bella y abundante, padecía ya la inmensa devastación que, según su propia interpretación, fue producto de diversos procesos que coincidieron a partir de la segunda parte del siglo XX. Una avanzada tecnología para explotar los recursos forestales, una colonización y poblamiento masivo promovido por los gobiernos y por campesinos sin tierras, sin recursos y sin alternativas, y la gran deforestación provocada por la ganadería extensiva y la agricultura, se convirtieron en la poderosa fuerza que sumió a la selva y a sus habitantes en la penuria que hoy padecen. Es esta selva fragmentada, degradada y humillada, la que alguna vez soñó Jan de Vos y aquellos que lo inspiraron, como una posibilidad para redimir a los indios.
La redención de los indios y de la Selva Lacandona existe sólo en los discursos, en los planes, en los programas y en los decretos; es una salvación de burócratas, cuyas soluciones tienen la virtud de crear problemas adicionales a aquellos que supuestamente pretenden corregir. Hoy día la destrucción persiste, el nuevo evangelio de la burocracia, de los desarrolladores y de los que entienden a la selva como un campo de oportunidades, se llama desarrollo sustentable: se trata de racionalizar su explotación, extraer sus riquezas de una manera eficiente, inteligente, prolongar racional y productivamente su agonía.
El domingo 24 de julio murió Jan de Vos, misionero, defensor de los indios, de los pobres y de la Selva Lacandona; escritor, historiador que reinterpretó parte del pasado de Chiapas y de la Selva Lacandona, hombre comprometido con su fe, con el saber, y con la causa de los indios. Había nacido en Amberes en 1936; llegó a México en 1973 buscando una motivación y una razón mayor de vida. La encontró en Chiapas, primero en su misión cristiana, después, pugnando no sólo por la salvación espiritual de los indios, sino también por sus derechos políticos y su salvación y bienestar material. Los indios y la selva le estarán agradecidos por el afecto, las batallas y las horas de reflexión que les dedicó.
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os maestros mueren siempre, pero en estos tiempos domina la sensación de que se nos están yendo demasiados sin ser remplazados de manera suficiente. Adolfo Sánchez Vázquez y Jan de Vos ejercieron con genio su oficio de pensar y nos enriquecieron. Del primero, en las valoraciones (notables varias de ellas) a raíz de su muerte, poco se menciona su pensamiento estético, esa cátedra que impartió en clase y obra, incluso en la insuperable antología que preparó en los años 70 para los bachilleres de la Universidad Nacional Autónoma de México. Como a John Berger y Luis Cardoza y Aragón, lo marxista no le quitó nunca la inteligencia abierta del arte.
Pero esta nota es sobre Jan de Vos, historiador de largo aliento, el más grande de Chiapas, quien también cantaba, y contaba su microhistoria. Admiró a Luis González y Gonzáles, el de Pueblo en vilo, aunque Jan no puso un breve San José de Gracia bajo su microscopio, sino un espacio extenso, épico y misterioso: la selva Lacandona. La historia local que decidió contar resulta una metáfora de la conquista y liberación de América con alcance universal. Aunque evitó incursionar en el pasado prehispánico, con el medio mileno que leyó
nos deja un monumento único, al que se mantuvo fiel. Y como a todos, en 1994 lo alcanzaron la historia y sus revoluciones desde algún lugar de la selva Lacandona. En La paz de Dios y del Rey y Oro verde, De Vos había desentrañado ríos y veredas, pasados míticos, conquistadores fallidos, depredadores (monteros, madereros, ganaderos) y, sobre todo, sus pueblos mayas, fundadores y refundadores.
Experimentó la tensión entre dos compromisos humanísticos no siempre bien avenidos: el social, con los pueblos mayas, y el académico, ubicado en el imaginario caxlán. Ganó lugar en el segundo: es un gran historiador. A los pueblos los acompañó, pero de lejos. Tuvo su contraparte en Andrés Aubry. No se querían, las diferencias eran importantes. Y mientras Andrés no solía mencionar a Jan, éste fue beligerante, acusaba de fantasioso
a su colega y criticó con ferocidad su concepción del archivo diocesano de San Cristóbal de las Casas. Otra diferencia fue el compromiso de Andrés. Por ilustrarlo de algún modo, Jan se jactaba de haber conocido al comandante David cuando éste era joven; Aubry sería amigo del jefe zapatista hasta el final de su vida.
Un historiador no está obligado a dominar el presente y tiene cancelados todos los pasajes al futuro. Jan navegó su tiempo, el nuestro, lo mejor que pudo, desde donde el tomo final de su trilogía sobre la selva, Una tierra para sembrar sueños (1950-2000), quizás sea el más debatible. Sus fuentes son actores vivos, y la imparcialidad que busca se le escabulle. Admirable no obstante, mantiene el aliento sinfónico de la que es su obra maestra. Con el mismo bagaje lograría otras dos piezas mayores,Nuestra raíz y Vivir en frontera, donde relata la historia general de los indígenas chiapanecos. En sus últimos años se interesó en abrir la lente a todo Chiapas, considerando los dos polos nunca conciliados: pueblos indios, y mestizos, criollos, caxlanes. Esto lo llevó a ser condescendiente con el gobierno, que supo apapacharlo, y produjo Vienen de lejos los torrentes, donde recapitula sus exploraciones y confronta las dos historias que, como bien supo, aún no logran encontrarse. La misma contradicción fue narrada por Antonio García de León en esa otra gran relación de los hechos de Chiapas: Resistencia y utopía, Fronteras invisibles, Ejército de ciegos.
Flamenco de origen, como misionero jesuita Jan experimentó en Chiapas, hacia los años 70, una crisis con su orden religiosa muy propia de su tiempo. Muchos jesuitas se radicalizaron entonces, se sicoanalizaron, casaron o asumieron homosexuales, o bien actores, directores de teatro, poetas, historiadores. La disciplina de la orden no era para ellos. Llegó a Bachajón en 1973 y conoció a su pueblo. Retornado a Bélgica, decidió que Chiapas sería su nueva tierra, desafió a la jerarquía de la Compañía de Jesús, dijo adiós a todo eso y se quedó acá de una vez por todas.
Su universo de trabajo se origina en los tzeltales, el pueblo maya más numeroso de Chiapas, en el cual abundan la inteligencia, la ironía, la dignidad y la dimensión trágica. Siempre lamentó no haber aprendido la lengua, pues privilegió el viaje a las fuentes documentales que fue a desenterrar de cuanto archivo se dejó asediar, incluyendo la meca de todo americanista, el General de Indias en Sevilla.
Conoció bien la selva. La caminó, escuchó a sus gentes y sus torrentes. Por sus libros se extiende una obsesiva construcción de mapas de lo que ha sido y lo que es. Migraciones y fundaciones, pueblo por pueblo. Hizo reales sus espacios simbólicos y, paradójicamente, creó como escritor un perdurable universo simbólico. Fue el más grande explorador del Desierto de la Soledad. No sólo descubrió tesoros de la naturaleza y de los hombres. Los comprendió y extrajo de ellos su Historia magnífica.
ay ocasiones en que uno casi muere con los que se van. Se trata de la desaparición de los gigantes, de los virtuosos, de los íntegros o de los sensibles. Los que cimbran los cimientos de los otros. Esta vez Jan de Vos se ha ido, y se va cuando quizás más lo necesitamos, cuando más requerimos de su mirada de gran visión, cuando apenas comenzábamos el juego. Su vida es un ejemplo de decoro y honestidad intelectual. Se va como los grandes, sin que aún exista un adecuado reconocimiento de su obra y de su figura de pensador. Su labor como historiador de la selva Lacandona, una región emblemática por su posición estratégica, su historia peculiar, su riqueza hidráulica, biológica y petrolífera, y su rol como escenario de la última gran rebelión indígena, lo acredita como un investigador extraordinario. Sus crónicas hacen un recuento apasionado y al mismo tiempo limpio de lo acontecido y enseñan, teniendo como estudio de caso esa región, cómo se conectan el pasado, el presente y el devenir, los tiempos convertidos en los hilos de un mismo tejido. Sus libros, que interpretan el pasado, permiten entender los acontecimientos actuales y proyectarlos hacia el futuro.
Como muchos otros misioneros, este jesuita flamenco se enfrentó a las dudas de la fe, durante su interacción con el mundo tropical e indígena de Chiapas. Y en sus cavilaciones se decidió por contribuir a delinear la memoria de los mayas actuales, para lo cual se dedicó a revelarles su raíz. Aquí Jan es fiel no sólo a su conciencia sino a los latidos de su corazón. Entre la tradición enciclopédica europea y su versión bíblica, y la ecología sagrada de las culturas indígenas chiapanecas, Jan se decidió por apoyar a la segunda. Como lo explicó con suma claridad en lo que seguramente será su última entrevista, su decisión de dejar la vida religiosa, aun la de la teología de la liberación, estuvo en su negativa a convertirse en un agente de la imposición. ¿Bajo qué lógica o principios morales una religión se da el derecho de imponerse a otra u otras? Como la ciencia, la acción teológica no puede sustraerse a lo que es ya un principio universal: el diálogo intercultural como vía de convivencia entre las diferentes civilizaciones y culturas. En vez de convertir, Jan de Vos se convirtió, y sin dejar de ser cristiano se dedicó a facilitarle la memoria a los indígenas de Chiapas. En Te Jlohp’Tik, Nuestra Raíz(2001), traducido al tzeltal, el tzotzil, el tojolabal y el chol, Jan de Vos tomó la voz de los originarios y habló por ellos, desde ellos y para ellos. Jan de Vos se convirtió en Jwan Wax. Enorme paradoja: el sacerdote europeo se volvió cronista maya, y con un tiraje sustancioso la obra llegó a comunidades, escuelas y bibliotecas locales de todo el estado. No se puede hacer referencia a Jan sin hablar de sus rasgos como ser humano: afectuoso, elegante, suave, lúdico y, al mismo tiempo, crítico, agudo, directo. Su altura de pensador se irá acrecentando conforme la crisis de la modernidad se vaya agudizando, y las miradas volteen cada vez más a esos mundos de la tradición, de la comunidad y del recuerdo, en donde dormitan buena parte de los valores requeridos para superarla. Una nueva fe fincada en la memoria y en las raíces del ser humano está naciendo, y Jan de Vos fue sin duda uno de sus más decididos artesanos. Celebremos su enseñanza.
Conocí a Jan de Vos hace más de 30 años, cuando coincidimos en un proyecto sobre los bosques de México que coordinaba el economista radical Ernest Feder, el autor de un libro muy popular de aquella época: El imperialismo fresa.Esa vez interactuamos poco; sólo supe que era un jesuita belga venido de la región flamenca de Bélgica. Lo vi de nuevo muchos años después, una tarde de domingo en la alameda de Oaxaca; corría con una mujer con la que reía alegre y libremente. Jan había dejado la vida religiosa. Pasó otro lapso sin saber de él, hasta que los editores de mi libroMéxico: diversidad de culturas, lo invitaron a presentarlo una noche llena de reflectores en el Museo Nacional de Antropología. Jan llegó puntual y leyó un texto exquisito y certero sobre la obra. Yo no llegué, en una suerte de protesta que nadie entendió. Para resarcir el desacato, lo busqué unos meses después. Y ahí iniciamos una relación intensa, aunque infrecuente. Fue presentador de mi libro La paz en Chiapas en la FIL de Guadalajara y en San Cristóbal de Las Casas. Yo le retribuí presentando un libro suyo, y nos vimos en Morelia, la ciudad de México, La Antigua. Casi siempre coincidimos en lo platicado.